Codigo Morse
El código morse, clave morse o alfabeto morse es un
sistema internacional de representación de caracteres a través de una serie de
señales emitidas de manera intermitente. Dichas señales pueden ser cortas o
largas y se transcriben a través de puntos (.) y guiones (-) respectivamente,
separados entre sí por espacios en blanco. Los caracteres que representan son,
esencialmente, letras y números.
Desde su invención en el siglo XIX, el código morse se
convirtió en una herramienta útil para las telecomunicaciones,
especialmente en la era del telégrafo,
cuando hacía falta un modo de transmitir información en tiempo real, en
ausencia de las poderosas tecnologías disponibles
en la actualidad. Su nombre rinde homenaje a su inventor, el
estadounidense Samuel F. B. Morse (1791-1872).
Existen dos variantes del código morse: la variante
tradicional, adaptada a la lengua inglesa y creada por Samuel Morse en la
década de 1830, y la variante internacional, creada a partir de este primer
código en 1851, para adaptarlo a los caracteres diversos de las lenguas
europeas occidentales. Más allá de algunos cambios realizados en 1938, esta
segunda versión se emplea todavía en distintos ámbitos.
El alfabeto morse puede usarse para comunicaciones a
través de impulsos sonoros, lumínicos y de otra naturaleza, siempre y cuando
pueda replicarse la distinción entre señales largas y cortas, y las pausas
entre unas y otras. Por este motivo se trata de una herramienta tecnológica muy
versátil, cuyo uso no se descarta del todo a pesar de los años.
Invención e historia del código morse
La invención del código morse tuvo lugar de la mano de la
expansión y popularización del telégrafo, durante la primera mitad del siglo
XIX. Las comunicaciones telegráficas permitían conectar a través del tendido
eléctrico a ciudades distantes, pero carecían de un sistema práctico para
convertir los impulsos eléctricos en información. Los primeros
telégrafos empleaban agujas medidoras y sistemas muy primitivos que limitaban
lo que podía comunicarse.
Así, en 1837, los estadounidenses Samuel F. B. Morse,
Joseph Henry y Alfred Vail crearon un sistema para representar las 28 letras
del alfabeto anglosajón y
los números del 1 al 9, a través de esos mismos impulsos eléctricos.
Inicialmente, Morse había pensado diseñar un sistema
numérico, que contara el número de pulsos para crear una cifra que debía ser
buscada en un libro de códigos, y así dar con la palabra asociada. Pero en
1840 Vail amplió el código para incluir letras y caracteres especiales, dándole
un uso más práctico e internacional.
Morse y Henry diseñaron entonces un receptor para el código,
que consistía en un reloj mecánico que movía una cinta de papel, y sobre la
cual caía un lápiz cada vez que el pulso eléctrico se recibía. Así, se podían
registrar marcas físicas de tipo breve (puntos) y largo (líneas), para
conformar lo que se llamó el “Código de línea fija Morse”, “Código Morse
Americano” o “Railroad Morse”.
Sin embargo, más adelante, los propios operarios del
telégrafo se dieron cuenta de que podían solo escuchar los clics del
aparato receptor y saber si se trataba de un punto o una línea, y anotarlos
manualmente. Así, todo el entramado de la cinta rodante era innecesario;
simplemente debían aprender el abecedario como el de un idioma cualquiera.
El código morse original fue mejorado y modificado por
el alemán Friedrich Clemens Gerke en 1848. Así creó el “alfabeto de Hamburgo”,
una versión más sencilla que sirvió de base para la creación, años más tarde,
del código morse internacional.
Desde entonces y hasta el abandono de la telegrafía en el
siglo XX, el código morse fue el sistema básico de representación de la
escritura a través de pulsos eléctricos, sonoros y lumínicos. Fue empleado
en la marina, la aviación, el ferrocarril y numerosos ámbitos del naciente
mundo industrial contemporáneo.
El código morse opera en base a una cadena de pulsos, o sea,
de señales largas y breves, que se reciben de manera ordenada y por
tandas, de modo tal que quien las reciba pueda descifrarlas y recomponer
un mensaje en lenguaje natural. Así, se combina una
señal breve (punto) y una señal larga (línea, equivalente a tres puntos) con la
pausa, con el propósito de generar una sintaxis reconocible, siempre y
cuando se conozca el alfabeto morse internacional y se maneje el mismo idioma natural.
Así, a cada letra, número o carácter especial le corresponde
una seguidilla de pulsos establecida y universal, que es más simple o compleja
dependiendo de qué tan utilizada sea la letra en el lenguaje hablado. Por
ejemplo, a la letra A le corresponde punto y línea (. ‒), a la letra C le corresponde línea, punto, línea,
punto (‒.‒.) y a la letra S le corresponde
punto, punto, punto (. . .). Por lo tanto, para transmitir la palabra “casa”,
habría que comunicar las siguientes líneas de pulsos, separadas por pausas:
‒.‒. (C)
. ‒
(A)
Existen, sin embargo, ciertas reglas mnemotécnicas que
permiten abreviar las palabras muy largas y los sentidos complicados, de modo
de hacer más ágil y simple la decodificación. También hay combinaciones que le
transmiten al receptor que hubo un error en la transmisión y que se rectificará
el mensaje a continuación. Todo esto es enseñado a quienes aprenden el código
morse.
¿Dónde se utiliza el código morse en la actualidad?
La última transmisión estándar de código morse en los Estados Unidos tuvo lugar en 1999, y ese evento se considera como el símbolo del fin de la era telegráfica y de la utilidad del código morse. Sin embargo, este último sigue siendo empleado en ámbitos muy específicos, como los clubes de radioaficionados y escultistas, y el de la aviación, como un mecanismo para confirmar la correcta sintonía entre el avión y quienes desde tierra firme se comunican con él vía radio.
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